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Los ovejeros del Río Aldunate
Con inapropiada presunción apunté se trataba de un río cristalino, dotado con buena población de vigorosas truchas café y arcoiris, las que por habitar uno de aquellos que conforman la vasta red que desagua en fiordos australes, deambulan entre correntadas y mareas. Error que con pavor profiriera atendidas sólo dos visitas inspectivas previas, las que aunque acuciosas en extremo, representaban cantidad insuficiente como para aseverar con certeza cualquier teoría.





PABLO NEGRI EDWARDS - COPYRIGHT ©.

El Aldunate se encontraba crecido y turbio, y de haber albergado algún pez en aquella oportunidad, éste hubiera requerido de un intrincado filtro de impurezas para lograr sobrevivir. Claro, atendido el brutal contenido de material en suspensión que el río arrastraba entonces.

Aún a bordo del inflable, e intentando mitigar mayúscula ofuscación, decidí era tiempo de exhortar a Dave Hughes y a Ed Engle a un buen y regado asado a orillas del que, en esta oportunidad, se había negado a esa que en mosca llamamos productividad. A poco de descargar bártulos y merienda en la orilla sur, asomó desde la opuesta y en una embarcación de madera el que, según entiendo, aún obra como cuidador de dichas tierras. Por cierto, acompañado de uno de sus perros, hermosa mezcla no definida entre pastor belga, ovejero alemán e inglés, y quién sabe qué otras de aquellas que expertos tildan como razas. Buen y noble ovejero patagónico, de precioso pelaje y figura, que gracioso, dócil, y dotado con gran inteligencia, poco demoró en percibir que era ese y no otro su lugar aquel día. Festín de carnes que ciertamente representaban todo un acontecimiento, contrastados con un universo confinado a lácteos y una que otra sobra, sospecho. Así fue como, junto a extensos juegos durante un día de sol, disfruté al retratarlo junto a mis dos comensales. Fotografía que guardo con gran cariño, y que en más de algún diaporama he expuesto en un intento por explicar lo inesperado. Tal vez, e inconscientemente, la utilice en un íntimo intento por evocar aquella gracia y docilidad con que nos regalara aquel día. Una que aún conservo como mágico tesoro.

Cierta semana y mientras ofrecía un taller de pesca con mosca vinculado con fiordos y ríos australes, proyecté la misma diapositiva. Mayúscula fue mi sorpresa al escuchar durante la misma y de boca de un connotado guía de pesca con mosca y amigo, "Pablo, cuando termines la charla, acuérdame que te cuente una historia del mismo perro". Se trataba de Robert Parker, guía y outfitter en la X Región de Chile y en USA. Así también, y aunque sólo esporádicamente, en el sector de ríos que vacían su cauce de ensueño en aquellos fiordos relativamente cercanos al pequeño poblado de Puyuhuapi. El Aldunate entre ellos.

Horas luego de transcurrida la charla me reuní con Robert. El mismo pastor patagónico, a largos años de nuestra visita, y cuando éste junto a clientes celebraba con abundante asado el inicio de temporada, había desempeñado idéntico oficio como excepcional maestro de ceremonias. Al igual que en años previos, lastimosos aullidos brotaron cuando por obligada necesidad, Robert y sus clientes se hubo de hacer a la mar en el mismo inflable que junto a Dave y Ed ocupáramos durante nuestra incursión. Y es que, por cierto, además del festín de carnes, aquel aprecio manifestado en cariños y juegos, y en entregarle la importante labor de abrir rutas y orientar, no eran algo trivial. Tampoco, tanto para Robert como para quien escribe, el escuchar aquellos desgarradores bramidos. Lamentos que admito asociar con el temor al maltrato por parte de terceros, humanos o canes, con falta de cariño y reconocimiento, y tal vez, con un justificado y desquiciado pavor a la hambruna.

Debo reconocer que de contar con una nueva oportunidad para visitar el Aldunate, así, simplemente y sin descaro, hurtaría aquel pastor para mí. Y es que hoy más que nunca, requiero regalarle con profundo afecto y entrega, retribuyéndole aunque fuere sólo en parte. Seríamos partícipes, sin distingo animal ninguno, de aventuras de pesca con mosca. Lideraría, de la mano de aquella singular nobleza y docilidad que lo caracterizan, todos mis pasos de tierra y vadeo. Tal vez algún día.

Aquel precioso pastor seguirá perturbando mi dormir. Perturbándolo como algún día lo hiciera otro evento, el que opuesto en significado, data de aquella primera incursión que a las mismas aguas llevara a cabo. Visita inspectiva al Aldunate, acompañado de mi gran amigo, el incomparable Patricio “Brown Trout” – apodo que le dí alguna vez en el Marta y que perdura hasta hoy - Guerra.

Noche previa en Puyuhuapi, de larga labia e historias. Una que sólo de madrugada nos transportó a nuestras habitaciones, para un siguiente despertar, duro y de párpados caídos. Zarpamos de madrugada con mar plana y niebla, por entre el Ventisquero, para entre débiles rayos de sol y juguetonas toninas, torcer hacia el Jacaf. Algunas millas pasado la cuadra de una extensa Isla Guardiamarina Zañartu, con imponente vista de nevados picos del Melimoyu, enfilamos rumbo al Aldunate. Seno que siempre guarece sus secretos entre majestuosas murallas verticales, todas dibujadas por ancestrales glaciares. Desde ellas exuda el granito. Y de bucear orillas cercanas, erizos de proporciones.

Recalados a metros de la costa y del desagüe del río, esa que espontánea brota desde un ansia desconocida por mojar línea y patrón, movió con asombrosa rapidez a mi compañero a iniciarse en un salobre peregrinar a destino seco. Hice lo propio. A poco vadear y aún en el agua, divisamos a una enorme y oscura fiera. Desde tierra y enseñando sus dientes con feroz gruñido, corría raudamente a nuestro encuentro. Sin duda, no se trataba de una amigable bienvenida canina. Seguros que el amedrentamiento puede contra todo aquello, no dudamos en replicar. No obstante, la embestida no claudicó, y peor aún, se transformó en batalla náutica. Aquella bestia terrenal de negro pelaje que habitaba idénticas tierras a las de mi querido pastor, en insospechada y acelerada metamorfosis se había transformado en bestia marina.

Con inusitada agilidad acuática para un perro, y sin esconder una portentosa y dentada agresividad mandibular, la fiera se perpetuaba en la persecución, codo a codo, mientras despavoridos intentábamos alcanzar el inflable. Minutos de horror en los que gracias a una agilidad que hoy añoro, lograba con acrobático clavado depositar poco elegantemente mi figura al interior del bote. Risas de Sixto Lepío, nuestro botero acompañante. Patricio, en tanto, en un estilo que imitaba con perfección al de aquellos hipopótamos que en Fantasía® de Walt Disney®, danzaban desesperados intentando escabullirse de voraces cocodrilos, proseguía en salobre carrera con el animal. Largos minutos, en los que ese grafito diseñado para cargar una línea, de pronto y de manos de un aterrado pescador de mosca, pasó a representar un papel de vara de azote circense. No fue fácil subir a Patricio al bote inflable, aunque aún más difícil fue conciliar la paz en dos despavoridos sistemas gástricos que hicieron de las suyas.

Así es el Aldunate. Tal vez si deba repensar aquel hurto planeado del pastor patagónico. Mal que mal, mis hoy desvencijadas bisagras me jugarían mala pasada de encontrarme con aquella bestia negra, que aunque terrenal, goza de destreza acuática como no he conocido jamás. Aunque, quién sabe. ¿Y si el monstruo también ha sufrido con los ligamentos de sus rodillas?

No sería mala idea invitar a un traumatólogo y a un veterinario, a esa que planeo próxima incursión al Aldunate. Formarían parte de la banda de forajidos a cargo de hurtar el pastor. ¡Y de calmar aquel monstruo marino del Loch Aldunate! Sólo espero que en una próxima ocasión encuentre al entrañable pastor. Y a un río que con transparencia, albergue innumerables arcoiris y marrones.


Pablo Negri Edwards ©


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