Esta vez el grupo estaba compuesto por pescadores bastante heterogéneos. Arquitecto, psicólogo, ingenieros, abogado. Todos preparados para pasar cuatro días a orillas del Rio Chimehuin, próximo a Junín de los Andes, Neuquén, Argentina, en lo que se conoce como Patagonia Norte. El clima nos anunciaba días con algo de lluvia, nada para preocuparse, poco viento y, con algo de suerte, una tarde de sol. Cruzamos desde Pucón, luego de probar suerte en su casino y disfrutar de un “cordero al palo en un restaurante de pescados y mariscos”. Todos teníamos claro que la tarea que teníamos por delante no era menor, ya que pescar con el nivel de aguas de noviembre no resultaba fácil, partiendo de la base que deberíamos olvidarnos de moscas secas.
Debíamos juntarnos en el puente que cruza el Río Chimehuin, a un par de kilómetros antes de Junín, conociendo allí a nuestros guías para las próximas tres jornadas completas de pesca. Gustavo, Cristián, Marco y Russo. Luego de un rápido paso por el centro del pueblo para comprar las licencias y tomar desayuno, nos dividimos en dos grupos, uno pescaría el Chimehuin Bajo, desde el Manzano hasta su salida en el Río Collón Cura; y el otro se dirigiría hasta el lodge, para dejar las cosas, acomodarse y bajar la sección alta del río, hasta el puente en que nos acaban de encontrar. Me quede entre los que fuimos al lodge. Se encuentra ubicado a unos 20 kilómetros al oeste de Junín de los Andes, sobre el río, con una amplia vista del valle y su entorno. Cerros de poca altura, bastante apampado, con un fondo de la Cordillera de los Andes nevada. La instalaciones son excelentes, amplios dormitorios con baño privado y gran parte construido a doble altura. Cocina americana amplia. Impecable.
Mirando al norte, por la ventana se veía el río, grande, crecido, de un color azul claro, casi transparente. Con su sonido fuerte me recordó que estábamos ahí para pescar, por lo que tan pronto nos enfundamos nuestros wader y preparamos los equipos partimos a nuestro destino inicial. La bajada al Chimehuin Alto es propia de estas tierras. Abrupta. Simplemente las balsas se dejan caer por una pendiente de unos cincuenta grados y unos veinte metros de altura. El río abajo corre fuere, blanco por la espuma. Ya sobre la balsa, guiándonos Gustavo, head guide y lodge manager, a los pocos segundos recordé la enorme diferencia que existe entre las dos especies de truchas. O pescabas arco iris y alguna farios post desove y uno que otro salmón; o derechamente intentabas ir tras las farios residentes, gordas y famosas por su fuerza, de colores amarillos y café. Asunto de no menor importancia, ya que la decisión de líneas y moscas pasaba por determinar el objetivo, como asimismo la manera que se pescaría. Decidí una opción conservadora, mosca mediana de colores claros con línea de hundimiento. Antes de los cinco lances ya tenía una arco iris entre las manos. Luego, como buen pescador de seca y ninfas, opte por indicadores de pique y moscas que emitan huevos. El resultado fue una hermosa arco iris, no antes de varios piques in poder clavar correctamente. Después de un frugal almuerzo, la tarde completa fue sólo de marrones. Mosca grande, Un “gato” de aproximadamente 15 cm., de colores negro y rojo, con bastante brillo. Algunas llegaron a los 2 kilos y un par lo sobrepasaban. Entretenido. Todo listo para regresar al lodge para una comida y una copa de buen vino argentino Malbec. A dormir, ya los dos días de trajín me estaban pasando la cuenta.
Los días siguientes fueron bastante similares, con aguas –eso si- muy distintas. El segundo día recorrimos el llamado Chimehuin Bajo, una bajada muy larga, de aproximadamente 30 kilómetros de río, por paisajes llenos de sauces, agua desbordada y muchas, muchas truchas fario y arco iris. Resulta extraña esa sensación de “nunca terminar”, un sauce tras otro, un cast tras otro, en busca de esa fario esquiva, mañosa, “turra” como les dice Gustavo. La salida es bastante lejos, al menos una hora de viaje hasta el lodge. Una buena ducha, comida de caballeros, una abundante rasión de Malbec y Baranda … conectarse a internet –avance de la tecnología y tres generadores eólicos- para luego directo a dormir ... salvo el río no se escuchaba otro sonido. El tercer día bajamos Río Collón Cura Bajo, otro tramo muy extenso, caracterizado por la enormidad de las aguas y múltiples brazos, como asimismo la mayor presencia de percas, grandes, algunas de un par de kilos, que en nada debían envidiar la fuerza de las arco iris. La salía ya es a la altura del Embalse Piedra de Águila. Toda esta área se caracteriza por la abundancia de ciervos. No esta demás aclarar que en todo el viaje no deje de lanzar una y otra vez mi querido “gato” rojo y negro, buscando incesantemente la fario del barrio, el monstruo del río, aquella trucha que ataca por alejar de su territorio y que, por ningún motivo, se mueve por algo más pequeño que un buen saltamontes o un pececillo. La llegada al lodge fue como sufrir un déjá vu: la picada en su lugar, un buen vino o cerveza fría, una comida liviana y todo listo para descansar. No pudimos evitar salir a tomarnos unos bajativos a la terraza, una noche no muy fría, pero que a la luz de la luna llena y las nubes, pagaba con creces la estadía y ayudaba a olvidar el stress de un año de trabajo.
Comentario especial para nuestro último día en el río, bajamos todos el grupo juntos. Un grupo no menor ya que con guías llegábamos a 12. Preparamos un buen asado a la usanza argentina, con carbón y a la orilla del agua. “Pato”, la cocinera del lodge, se preocupó de aportar con los acompañamientos. En el fuego, la maestría de Russo y de FFTR hicieron su trabajo. A la sombra de los árboles y con una copa de un buen vino tinto cabernet chileno en la mano, ya planeábamos volver en febrero o marzo. Sorpresa no menor para nuestros guías, ya que no sólo no acostumbran que los clientes norteamericanos destapen botellas, en esa cantidad y en lugar de pescar, sino que cierren en la misma temporada otro viaje. La próxima vez, eso si, dejaré de lago las moscas de dorados y me dedicaré, con gusto, a castear moscas pequeñas, con caña número cuatro y no más grande que número ocho.
Por: Raymond Horse, Pucón, Chile, 2010.