1.- La Planificación.- Estamos hablando de una variedad de pesca a mosca que necesariamente se ha de practicar en pareja. Un pescador aislado es insuficiente, más de dos, multitud. El primero debe pescar, el segundo, dirigir la acción. El escenario suele ser un río remoto de poco calado, un “spring creek” sin excesiva corriente, normalmente bien protegido, y en el que las grandes truchas residentes, encuentran tranquilidad y comida abundante. La trucha territorialmente asentada en este tipo de estructuras, observa, conoce y controla desde su cavidad, los más mínimos detalles; sabe a la perfección lo que sucede en su entorno, un entorno que con más o menos caudal, es invariablemente el mismo. Esta actitud, exigirá que la observación que hagamos del agua en su busca, sea lo más discreta posible y en donde la utilización de gafas polarizadas, resulta indispensable. Un lento avance de los dos pescadores por la ribera del cauce en el más absoluto sigilo en busca de una trucha “puesta,” es el primer requisito ineludible. No puede haber prisas, tiempos preestablecidos; cualquier precipitación resultará fatal; ante cualquier chasquido, chapoteo, ruido, sombra o voz, la trucha huirá despavorida. Cuanto más cautelosa sea la observación, mejores y mayores serán nuestras posibilidades.
2.- La Estrategia. Localizada la trucha, el paso siguiente consiste en decidir, como y desde donde lanzar. Para ello, lo ideal es que ambos pescadores se separen prudentemente de la ribera del río para analizar y debatir con tranquilidad las diferentes opciones. El objetivo final es poner la artificial al alcance de la trucha que “ninfea”, y en un abanico normalmente no superior a los 10 centímetros del lugar y posición en la que se encuentra. Cuanto mayor sea el porte de la pieza, menor será su interés por desplazarse. La ecuación inversa siempre funciona: a pez grande, mosca chica, y cuanta más chica sea la mosca, más cerca debe derivar junto a su boca. Respecto al lugar desde el que se debe lanzar, hay que abordar la trucha por detrás, a una distancia que tenga en cuenta, de un lado, la capacidad de lance del pescador, que debe ser cuanto menos notable, y de otra, la suficiente lejanía de la pieza, para no ponerla en estampida. Y en cuanto al como, hay que valorar de manera serena y minuciosa, los pasos que se han de seguir para llegar a la “posición”, teniendo muy en cuenta, el lugar por el que se va a acceder al río, el tipo e intensidad de la corriente, y por supuesto, la naturaleza del cauce con el que nos vamos a encontrar. No es lo mismo vadear un suelo firme que otro resbaladizo o movedizo, que tenga bolones, piedras o gravilla, o que su superficie sea arena, fango o limo, o que esté limpio o lleno de troncos o raíces. Toda previsión es pues, imprescindible, ya que resulta muy fácil que antes de llegar a la postura causemos cualquier perturbación y con ella perdamos toda posibilidad de captura.
3.- La Selección de materiales. A la hora de pescar está presente permanentemente en la mente del pescador, la duda sobre el tipo y grosor del leader que utilizamos. Sabemos que a menor sección, la posibilidad real de pesca aumenta de la misma manera que disminuye la de sacar del agua una gran trucha, para su “foto inmortal”. En mi primer día de experiencia recechando, y estando encelado con utilizar como máximo un 4x, perdí tres magníficos ejemplares. ¡Que ilusoria pretensión! En mi primer enganchón, bastó un simple cabeceo para quedarme completamente descompuesto, teniendo que soportar de mi amigo pescador la sentencia fatal “la conchasumadre que pedazo de trucha has perdido, maricón”; en la segunda acometida, una arco iris descomunal voló hasta dos veces sobre el agua dejándome desarmado, y en la tercera, de una gran fario marrón, la caña salió volando de mis manos, recuperándola sólo al quedar la línea inerte al ritmo de la corriente. Era ya demasiado evidente que mi equipo era insuficiente. Se imponía pues la sensatez y pescar con material menos liviano. La solución, un cambio a al leader 2x con tipett de la misma numeración, y un nudo de lazo en el patrón, lo cual hizo que me encontrara nuevamente armado y mucho más seguro en busca de la siguiente pieza.
4.- La pesca en equipo.- Divisar la trucha en su entorno no es una tarea sencilla. No es muy difícil verla para cualquier pescador a mosca que se precie, pero eso, sí, una vez que tu “pister” te la haya localizado; y eso es así, porque lo verdaderamente complicado, es poseer ese don del río que permite a muy pocos, distinguir y diferenciar una trucha activa. Si no se ven las truchas, por desgracia nada se pescará, por lo que sólo es aconsejable practicar el rececho con alguien que sea verdaderamente experto en estas cuestiones. ¡Que error tan típico el de lanzar hasta la extenuación líneas y un sinfín de patrones a un tronco o un palo sumergido, en la patética creencia de ser una poderosa fario!
Antes de entrar en acción, lo primero que procede, es calcular meticulosamente la profundidad de la pieza en el río, y así de esta manera, pasar la ninfa –excepcionalmente una seca- a la altura de su hocico y al ritmo de la corriente-. Eso puede exigir micro-plomear la línea, y de este modo evitar el “martillear” inútilmente el agua. Acto seguido, y ya situado en la postura, hay que castear con aplomo y tranquilidad, procurando que el primer lance, sea el definitivo. La experiencia demuestra que es en el primer intento, -cuando el lance ha sido perfecto-, el momento, en el que la trucha ataca el engaño, y que a medida que se suceden los lances y los cambios de mosca, las posibilidades se reducen en geométrica progresión. Pero no es sólo lanzar, hay que saber, donde hacerlo y en que preciso momento clavar. Desde la posición en la que se castea, el pescador, ni ve la trucha, pues se trabaja normalmente en un plano casi horizontal con la superficie del agua y el reflejo de la luz lo impide, ni puede calcular con precisión cual es la profundidad en la que se encuentra en la corriente, de ahí que la colaboración del segundo pescador sea del todo imprescindible. Este, desde el primer momento, continúa fuera del río observando la trucha, atento a su más mínimo movimiento. Es él, el auténtico responsable, el encargado de dirigir la acción como director de orquesta, el único competente para indicar al pescador el lugar preciso donde debe caer la mosca, y es también únicamente él, y sólo él, el que debe decir el momento exacto en el que el pescador ha de clavar la trucha, cuando esta toma la ninfa. Una ninfa que deriva por la corriente en profundidad y con la línea a merced de su movimiento, al ser tomada, suele ser inmediatamente escupida por la trucha al notar el engaño, por lo que ha de ser justo antes de ese micro instante –cuando el observador- debe dar al mosquero, la orden de clavado. Sólo mediante la coordinación absoluta de ambos pescadores es posible concluir con éxito la operación.
Y así, una vez que conseguimos armonizar todas las piezas, las huidas de las truchas prácticamente desaparecieron, analizábamos siempre con serenidad las posturas y moscas más adecuadas, realizábamos los lances más seguros al lugar indicado por el observador derivando la ninfa a “su sitio correcto”, y los premios obtenidos, fueron en aumento.
Por desgracia discurrieron demasiado deprisa los pasados primeros días de Marzo en la espesura de la mítica Auracaría divisando, recechando, engañando, pescando y fotografiando unas inolvidables truchas siempre selectivas y zorronas. Entre auracarias milenarias, donde todo es armonía y poesía, tuve el privilegio de practicar un rececho de calidad, en entornos tan difíciles de pescar como sobre todo, de llegar, y en donde la pesca a mosca se transformaba siempre en un auténtico safari. Y todo, gracias a la compañía, asesoramiento e indispensable colaboración de tres extraordinarios pescadores locales, Eduardo Anguita, Leonardo Ramirez y Javier Viñuela, cuyo imborrable recuerdo permanecerá siempre unido a la memoria de tan maravillosa experiencia.
Francisco Javier Monedero.
29-Marzo-2011