Son muchas las aventuras de pesca que he tenido, desde conocer lagunas
fronterizas con peces de tamaño sorprendente, luego de caminar 11
horas,hasta realizar pescas impresionantes en agua salada. Pero existe
una que ha quedado en mi memoria por lo especial que fue. Hace algunos años tenía en mente realizar, junto a un amigo, un viaje
de pesca por quince días a algún río del sur de Chile. Existían dos
opciones, conocer los cauces ubicados en el Parque Pumalín, sitio del
que había escuchado historias de peces de tamaño bastante interesante o
irme a un lugar al que le tengo un cariño especial, el río Puelo. Todo había sido organizado, los elementos de pesca, alimentos, objetos para el camping, y toda la parafernalia necesaria para hacer de ésta una aventura inolvidable estaban listos. Quedaban pocos días para partir cuando nuestro querido amigo Murphy se hizo presente, mi partner no podía acompañarme, una urgencia de último minuto lo hizo bajarse del viaje y por ende dejarme sin compañero.
Mi hermano Cristóbal, con 11 años en esa época, estaba iniciándose en la pesca, algunas nociones de lanzamiento tenía y era parte de los scout del colegio, esto me hizo verlo como mi potencial acompañante. Lo único que tendría que cambiar sería el destino final, era necesario dirigirse a un río relativamente pequeño, con estructura clara y con muchos peces para que aparte de ser mi compadre, aprendiera a pescar con mosca (razón principal para invitarlo), este lugar era el río Manso.
Luego de hablar con mis padres acerca de esta posibilidad, lo dejaron a mi disposición. A diferencia de lo que yo pensé, le dieron permiso inmediatamente.
Un bus con dirección a Puelo. Una vez en allí tomaríamos una barcaza que nos llevaría Nuestro viaje comenzó a mediados de enero con destino la ciudad de Puerto Varas para luego tomar y dejaría a algunos kilómetros del Manso.
Todo iba perfecto hasta que un imprevisto se cruzó en nuestro camino, el bus no llegaría al Tagua-Tagua, sino que sólo al pueblo Puelo. Eso nos obligó a realizar una buena caminata, con mochilas bastante pesadas, hasta el lago. Después de un par de horas caminando, recuerdo perfectamente la cara de sufrimiento que tenía Cristóbal, llegamos a la ribera del Tagua- Tagua, alojamos esa noche ahí para descansar y partir a primera hora a nuestro destino final.
La madrugada fue hermosa, la bruma pegada a la superficie del lago, la barcaza reflejándose en el espejo que se generaba por la paz de las aguas y los primeros rayos de sol que se colaban entre las cumbres de los empinados cerros que rodean este lago.
Desarmamos la carpa y emprendimos rumbo al Manso.
Una vez en el río, armamos campamento rápidamente y nos dispusimos a comenzar la pesca. Cristóbal armó su caña número cuatro, ideal para niños que se inician a temprana edad y me acompañó a un pequeño brazo que pasaba a algunos metros de nuestra zona de camping. Esta vez le di sólo unas indicaciones para que tuviera una noción clara de lo que no debía hacer, el resto iba a ser su minuto para que pudiera dejar todos los enredos y perder todas las moscas que quisiera. No fue tan así pero sí le quedó claro que al otro día le iba a tocar una jornada de aprendizaje a full.
A la mañana siguiente, lo primero que hice fue llevarlo a un gran remanso situado a pasos de la carpa, lo único que se debía hacer era lanzar, esperar algunos segundos que se hundiera la mosca, recoger de manera continua y Hey!! pique, aquí la paciencia para esperar que hundiera y recoger tranquilamente iba a ser la primera prueba. Como era bastante chico no pudo seguir los consejos ya que andaba con unas ganas de sacar algo por sus propios medios que ni les cuento. Hubo varios piques que se los entregué para que sacará la trucha, pero Cristóbal sabía que para capturar realmente un pez el enganche lo debía hacer él. Así pasó el primer día, con muchísimos toques en mis moscas, pero, a pesar de tener la misma al final de su leader, ni una sola para mi hermano.
La jornada siguiente decidí bloquearle la muñeca con un pañuelo que tenía, esto lo obligaría a mantener una unión entre el antebrazo y la caña, base importante para realizar un buen lanzamiento. El cambio fue radical, ahora podía ubicar la mosca en sitios interesantes que antes no podía llegar y pudo comenzar a ser más independiente en la búsqueda de los lugares potenciales para tener sus primeras capturas.
Nos dirigimos a un sector del río que se dividía en numerosos brazos, cada uno con una estructura casi perfecta, muchos troncos y árboles entre medio, totalmente vadeable y fácil de lanzar, todo eso hacía de este sitio un punto bastante interesante para que Cristóbal desarrollara una mejor noción de los lugares dónde encontrar las truchas. Lo hice estar a mi lado toda la mañana, enganchándole los peces para luego entregarle a él la caña y así, los sacara y liberara posteriormente. Una vez que ya tenía claro dónde ubicar las moscas para aumentar las posibilidades de toque lo dejé pescar tranquilo. Fue una jornada bastante buena para él, no sacó nada pero sí logro tener sus primeros piques.
Imagínense lo rápida que fue la levantada al otro amanecer, caminamos raudos al mismo sector del día anterior y mi hermano comenzó la pesca, esta vez logró sacar su primer pez por cuenta propia, se veía que peleaba de manera bastante potente, luego de algunos minutos de pelea sacó una linda…perca. Fue buenísimo, él no lo podía creer ya que estaba seguro que al final de su línea era una hermosa trucha la que peleaba.
Una vez en sus manos le sacamos el anzuelo y la dejamos ir, las felicitaciones no se dejaron esperar y desde ese minuto Cristóbal comenzó a pescar de manera mucho más independiente, igual yo no dejé de pasarle enganches para que sacara las truchas, de esta forma se acostumbraría a mantener la tensión en la línea y dominar de mejor forma al pez.
Así transcurrieron el resto de los días, capturamos una gran cantidad de peces, nos reímos mucho y el viaje fue perfecto. Nos hicimos muy amigos y los recuerdos permanecen en mi mente como una fotografía.
Ahora mi hermano me acompaña, cada vez que se puede, a pescar. Es un excelente compañero de pesca, siempre mantiene una gran tranquilidad, escucha sin problemas las correcciones y los más importante es que las acata inmediatamente. Me enorgullece verlo pescar, lanza muy bien y a sus 14 años lee con bastante facilidad el río. Va a ser un excelente pescador.
Por: Nicolás Sánchez G. www.pescador.cl |