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El Arte de Pescar con Mosca
Todo lo que se pueda leer acerca de la pesca con mosca no se compara con la experiencia de estar metido en el agua rodeado de un paisaje maravilloso, mientras martines pescadores suenan sin lograr alterar una mágica sensación de enorme felicidad mientras devuelves una trucha al agua. Te sientes pequeño, tan pequeño que las truchas se hacen grandes.
Cuando descubrí la pesca con mosca volví a aprender a pescar. Siempre pensé que era tremendamente difícil, algo que se aprende de niño o que nunca se lograr hacer lo suficientemente bien como para poder disfrutarlo. Junto a Marcelo, mi amigo de la vida, tomamos un curso con Don José Maureira, un señor de la pesca.
Lo primero que me dijo me dejó tranquilo y esperanzado, “aprender a pescar con mosca te va tomar un día y el resto de tu vida”. Era lo que yo necesitaba escuchar. El primer día de clases ya podía lanzar e incluso pesqué un par de truchas.

No demoré mucho en enganchar a Ignacio, mi hijo mayor, con el cual hemos tenido grandes aventuras en el sur y es cuestión de tiempo para que se nos sumen los más chicos que lo único que quieren es poder acompañarnos.



De la pesca con mosca lo que siempre me pareció atractivo es lo selectiva que puede llegar a ser. Una imitación de insecto que dejas caer para que flote sobre el agua y engañe a la trucha. La pesca a la vista con mosca seca es para mí la expresión máxima. La pesca a la vista implica buscar en el agua a las truchas y luego tratar de engañarlas.





Una cosa es que el tirón en la caña te avise que te ha picado una trucha y otra muy distinta es ver a una trucha que está comiendo debajo de un árbol insectos que caen en la orilla, meterte lentamente al agua sin hacer el menor ruido, lanzar la línea y dejar caer la mosca a un par de metros de la trucha, los suficientes como para que la trucha la vea, darle unos pequeños tironcitos a la línea para que la mosca que flota en el agua simule un pequeño chapoteo desesperado, lo suficiente para que la trucha se lance en un lento pero decidido ataque. Ahí estás, parado a 15 metros esperando que la trucha salga a la superficie. La ves venir directo hacia la mosca, tratas de no respirar y esperar el momento justo, la trucha finalmente llega, sube, saca su cabeza café sobre el agua, abre la boca y sin detenerse, suavemente toma la mosca. La mano que sujeta la caña quiere dar el golpe, la trucha acaba de tomar la mosca, sumerge la cabeza y sólo cuando comienza a saborear el bocado sabes que es el momento de levantar la caña y hacerle ver que todo ha sido un engaño.





Se desata la lucha. La trucha ya está a 15 metros y corre a perderse, en tus manos se siente la tensión de la línea que resiste los embates, del carrete comienza a chillar y continua saliendo línea , señal clara de que esto no será rápido. A partir de ahí la línea se transforma en un canal de comunicación, tu quieres que venga, ella se quiere perder. Pasan el tiempo, cada vez está más cerca, tan cerca que puedes ver como te mira dejándote saber que aún no está lista, que en el segundo que te confíes dará un salto y se irá libre y ganadora.







Resoplas, estas metido en el agua hasta la cintura. Levantas la vista y ves el paisaje, estamos en la Patagonia, nadie te apura, tienes todo el día. Ahora la trucha sabe que ha perdido, se acerca, te arrodillas en el agua, la acercas y metes la mano al agua para tomarla, sacarle la mosca y después de unas fotos volver a dejarla. No soy capaz de escribir lo que se siente, ya lo dije al comenzar este relato.



Por: Claudio Aycaguer
Chile

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