En mi caso puede ser cualquiera de estos ejemplos, pero si es que hay algo que alimenta mi imaginación más que ninguna otra es la idea de pescar en un lugar distinto, nuevo y poco recorrido.
Los motivos del por qué pescar en un lugar de estas características me genera tanta ansiedad y expectativas probablemente se asocian a la intención ancestral del hombre por explorar y descubrir. Lo cierto es que la pesca es una búsqueda eterna –aunque todavía no averiguo de qué- y cada vez que enfrentamos el agua lo hacemos con la secreta esperanza de que algo grande va a ocurrir. Como parte de esa búsqueda es que nace la idea de hacer una flotada por un tramo de río muy poco recorrido y que desde hace largo tiempo me tenía intrigado.
El Travieso es un río que fluye a través de la Reserva Nacional Lago Las Torres y nace del lago homónimo; es posible observarlo en algunos puntos desde la carretera austral, pero difícil de pescar ya que tiene un vadeo muy limitado por el tupido bosque que cae hasta la orilla del agua. Si bien estoy seguro que algunos lo pescan en los accesos más fáciles, estoy igualmente seguro que hay un tramo largo de río que pocos han flotado. De modo que luego de meses imaginando lo que sería esta travesía nos encontramos a orillas del lago, haciendo una preparación minuciosa, para dar inicio a la búsqueda del desagüe del lago, lugar de nacimiento del Travieso, río del cual no sabíamos prácticamente nada.
Para enfrentar este río de tamaño mediano confiamos en los Streamer XL de Fish Cat, embarcación pequeña y liviana que nos permitiría pasar por encima de posibles árboles caídos sobre el río.
Mi compañero “B” y yo –sin necesidad de comentarlo- compartíamos una ansiedad tremenda por finalmente conocer los secretos de este río, del mismo modo compartíamos la incertidumbre de lo que vendría, situación que nos tenía algo nerviosos.
Una vez en el sector norte del lago tardamos un tanto en encontrar el desagüe; el que fluye de manera silenciosa a través de un tupido juncal. Intuitivamente nos internamos en el mar de juncos los cuales por su altura no permitían tener una panorámica clara de nuestra ubicación, sólo la leve inclinación de las algas acusaban la existencia de corriente, señal inequívoca de que estábamos remando en la dirección correcta. Poco a poco la corriente comenzó a tomar fuerza y los juncos se fueron abriendo, pequeños brazos de agua llegaban de todas las direcciones hasta converger en un solo caudal.
Ahí estaba el nacimiento del Travieso, extraño, selvático y prístino. El diálogo entonces fue limitado, estábamos demasiado ocupados contemplando.
Las nubes que amenazaban desde nuestra llegada no tardaron en romperse y comenzó a caer lo que nos acompañaría por gran parte de la travesía. Comenzamos a flotar y pronto comprendimos que estábamos adentrándonos en terreno indómito y que éramos sólo invitados; los rastros humanos o siquiera de ganado eran inexistentes. Los verdaderos dueños eran los Coigues, gigantes, y la abundante avifauna que en cada meandro del río delataban nuestra presencia con un bullicioso saludo.
Al poco andar enfrentamos nuestras primeras dificultades, eran los gigantes más viejos que impedían el paso, muertos y atravesados de lado a lado formaban pozones gigantes de profundidad insondable para nuestros ojos. Atravesar estas represas naturales era agotador y riesgoso. La pesada carga en nuestros pequeños botes dificultaba el paso de cada árbol y la corriente, ahora fuerte e incansable, apretaba el bote contra el tronco y amenazaba con voltear la embarcación. Fue en un descuidado cruce de tronco caído que “B” dejó ir una de las embarcaciones río abajo, la que estuvo a punto de zozobrar al estrellarse con otro tronco; para suerte de ambos la carga estaba bien amarrada, hubiese sido un final abrupto y prematuro. Al ver la intranquilidad en los ojos de “B” por lo sucedido creí necesario unas palabras de apoyo para reafirmar la confianza, flaquear a estas alturas no era una opción. Mi intento por subir el ánimo fue suficiente como para continuar con renovadas fuerzas y refrescar el alicaído espíritu de equipo.
Nuestras ganas de seguir adentrándonos en éste laberinto aumentaban casi tanto como el caudal del río; cebados por la naturaleza exuberante del lugar descubrimos que cada curva escondía un rincón más increíble, más único, más virgen. Ya sin remar nos dejamos flotar con la corriente para sentirnos por primera vez parte del entorno. Pescamos un rato y luego fue la hora de establecer campamento, caía la noche y necesitábamos un descanso. Elegimos un lugar en altura para protegernos de una posible crecida del río. Prender fuego fue todo un logro considerando las pobres condiciones climáticas, a la vez, una lluvia de gota gruesa hacía infructuoso todo intento de secar nuestro abrigo y pretendía mojar el ánimo tratando de silenciar nuestras conversaciones siempre precarias.
Bajo la protección de un Coigüe inclinado logramos un refugio parcial de esa lluvia omnipresente. Extrañamente en el minuto en que las condiciones climáticas no podían ser más miserables, la sensación de bienestar -y ahora de pertenencia- nos mantenía con el ánimo arriba.
Sin saberlo nos encontrábamos en la mitad de nuestra travesía, nos fuimos a dormir en la ignorancia. Llovió.
A la mañana siguiente el ruidoso transito del martín pescador nos hizo despertar, era una hora ocupada en el río y al parecer todos cumplían una tarea menos nosotros, en la comodidad del saco meditamos a la espera de una señal, de pronto el eterno golpeteo cesó, la lluvia se daba un descanso. Asomé la cabeza y un parche azul en el cielo indicó que ya era hora de salir.
El breve descanso de la lluvia subió la temperatura un par de grados, suficientes para empezar una eclosión masiva de pequeñas caddis color crema; primero se veían en grupos menores entre el follaje, luego nubes blancas salían del agua del mismo modo que el vapor dejaba los troncos, bailaron para nosotros y las aves festinaron con su presencia, era preciso levantar campamento, empezaba a cerrarse nuevamente y la lluvia no tardaría en dejarse caer.
De este modo comenzamos la segunda etapa de la travesía, de vuelta en el agua un Huairavo nos da la bienvenida. A medida que avanzamos el agua se hacía más lenta y prácticamente habían desaparecido los troncos atravesados lo que hacía más expedito el progreso.
Extraordinarias playas de arena aparecen de tanto en tanto, todas nos invitan a parar. Recuerdo estar sentados observando un par de farios gordos posados sobre la arena, nosotros sumergidos en un pastizal, envueltos por la humedad de la selva, listos para emboscarlos. Fue perfecto.
El día transcurrió de modo extraño, con una percepción alterada del tiempo, nada importaba, los incesantes estímulos que regalaba el Travieso no dejaba espacio para banalidades en mi mente, sólo lo más importante de mi vida irrumpía temporalmente en el paisaje.
Mientras flotábamos, poco a poco, retazos de lucidez trajeron la sensación de que el trayecto estaba próximo a concluir, primero una huella de ganado y rato después el sonido de un camión en la carretera, éste fue la sentencia.
Una vez fuera del agua fuimos a la Villa más cercana en busca de una cazuela reponedora, fueron necesarias dos para poder despertar del sueño; aún seguíamos sin hablar mucho, aunque convenimos en lo afortunados que fuimos de observar la vida en su estado más perfecto. Llovió por otros dos días.
Diego Guerrero F.Owner/Head Guide
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